Resumen Del Cuento Una Posesión Judicial

Enrique López Albújar y Su Cuento Una Posesión Judicial

Resumen Del Cuento Una Posesión Judicial

– Yábar, su despacho.

El escribano, fue pasándome una veintena de escritos. Entre ellas una solicitud de diligencia posesoria. Trátabase de un juicio de misión de posesión. Una lucha de dos medios hermanos. Que después de doce años de rudo batallar había sobrevenido el estancamiento. ¿Por qué estas peticiones tan regulares, tan distanciadas y tan abortadas siempre? Hállabame en la lectura de los autos, cuando alguien vino a sacarme de ellas.

En el umbral, ceremonioso, con un escrito en la diestra, esperaba un hombre; vestido estrafalario y anacrónico, todo el resumía desaliño y antigüedad, el corte y encintado del chaqué, la forma tubular del pantalón.

Y como corroborando esto, un hongo negro y aludo, una bufanda de vicuña, le daban al individuo un aire de convaleciente. Entonces leí su escrito: “Señor Juez”, comenzaba… Que yo el verdadero hijo de Juan María Quiñonez y Puelles soy un farsante, yo que he vivido bajo el mismo techo que mi padre… Efectivamente tenía las mismas características: el mismo mentón, la misma barba crespa, los mismos rasgos enérgicos e imperativos, la misma cabellera ondulada, la misma nariz aquilina y firme.

Lo que no pasaba con el pícaro de su hermano. No había más que verle para adivinar que en sus venas corría todas las sangres menos de la de los Quiñonez y Puelles. Y resultara el verdadero amo y señor de la solariega casa de los Puelles.

“Yo no puedo aceptar señor juez –decía- que ese hombre sea mi hermano”. Éste Jesús Quiñonez que más que Jesús es satanás, no puede ser hijo de mi padre. Por consiguiente lo que se va a cometer conmigo es un verdadero despojo judicial.

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Entonces decidí investigar a Yábar:

  • ¿Conoce Ud., Yábar a éste Juan María Quiñonez y Lucar?
  • Es sin duda el verdadero y único hijo del viejo Don Juan María. El otro es un vivo.
  • Ahora me explico el tono violento del discurso,
  • Es el tono de siempre, señor. Lo creía ausente… No se le ha visto en mucho tiempo… ¿Dónde habrá salido?
  • Bien teste Ud., en el recurso y ponga no ha lugar y a los autos.

Y llegó el día de la diligencia tantas veces frustrada. Trátabase de un caserón de dos pisos. De pronto un jinete llega y abre la puerta. Como no hubiera mesa en que escribir ni sillas en que sentarse e hiciera yo al respecto una observación. Quiñonez un tanto contrariado, se apresuró a disculparse. “Suplico que me excuse Ud., y que tenga la bondad de esperar mientras yo voy adentro por lo necesario”. Al rato mi escribano me dijo:- Señor me pasa una cosa extraña: El recurso de oposición no está en autos. Le juró señor, haberlo agregado el mismo día que Ud., lo proveyó.

Y doblemente contrariado dije: Vaya Ud., Yábar, a ver qué hace ese hombre. Parece que él fuera el primero que estuviera interesado en frustrar la diligencia… Luego pasé un rato observando. De repente un grito breve y profundo, venido del interior de la casona, me paró en seco. No pude contenerme y grité:

  • ¡Yábar! ¿Dónde está Usted?
  • ¡Señor venga usted!

Y ambos nos precipitamos por el pasadizo. Atravesamos un patio enorme,

  • ¿Alcanza Ud., a ver algo señor?

Miré y me quedé estupefacto. Vi un horno de adobes del que salían por la boca un par de pies calzados, con las puntas hacía abajo. Eran indudablemente los pies de Quiñonez. ¿Qué diablos había ido hacer allí aquel hombre?

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Inmediatamente comencé a dar las órdenes a fin de que los vecinos me ayudaran. Aparecieron los comisionados con picos y palanas.

  • ¡Es un hombre! Tiene las manos en el suelo y la cara sobre un charco de sangre… Parece que la hubiera vomitado.

De un salto me encarame al horno. Efectivamente el hombre que yacía tendido era Jesús Quiñonez. Empecé la investigación judicial. El cuerpo estaba intacto; no presentaba huella alguna de lesión, y la sangre parecía de un derrame interno. Pero mi perplejidad subió de pronto cuando uno de los curiosos que estaba por encima del horno gritó:

  • Señor Juez parece que aquí hay un hombre enterrado.

Efectivamente vi el cadáver de un hombre, con un puñal clavado en el pecho. “¡¿Qué parecido al hombre del recurso?!” Entretanto la turba repetía: “¡Es don Juan María Quiñonez!”…¡Es él… es él!… La verdad que el cadáver coincidía  en toda su indumentaria con el hombre del recurso. Examinamos y de uno de los bolsillos interiores del chaqué, caía un pliego de papel sellado, doblado en cuatro.

  • A ver, Yábar, recoja usted eso y examínelo.
  • ¡Es el mismo recurso que cosí el otro día, señor! Ahí está la fecha… 1 916… ¡El mismo!…

 Y el pobre escribano se desplomó. Mientras yo permanecía abrumado por la realidad de un misterio y con el corazón sabiamente envejecido.

FIN.

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