Resumen Del Cuento El Licenciado Aponte
I.
Juan Maille al verse fuera del cuartel y licenciado. Volvió a su pueblo Chupan con la esperanza de conquistar un porvenir. Pero una vez allí su desencanto fue doloroso, le negaban el saludo, le miraban con recelo, cerrábanle las puertas. Y para colmo no tuvo la compañía de su padre Cunce y de abuela Nastasia. Y la gente tenía un poco de razón: Los Maille mataban por aburrimiento, incendiaban por distracción y robaban.
II.
Pero el cuartel no había logrado cambiar totalmente la naturaleza de Maille. Caminaba recto, con el pecho saliente, mirada firme, con aplomo. Moralmente había ensanchado el círculo de sus nociones. Salía del cuartel creyendo menos en el cura. Y todo ello gracias al servicio militar. Y los encargados de ayudarlo en esta comprensión eran sus mismos compañeros venidos de todos los rincones de la República. Decían: “los curas son lo mismo que nosotros ni más ni menos”. Ya iban socavándole la media docena de creencias religiosas y morales. Discutían delante de él sobre los derechos del proletariado, sobre el abuso del capital. Maule había ido al servicio militar sabiendo leer regularmente y antes del año ya leía periódicos. Pero guardaba dentro de si las creencias de su pueblo. Como aquel día en que a un paisano se le fue cayendo un dedo a pedazos todo por haber señalado al turmanya, el arco iris.
III.
Entonces abandonó su pueblo. Medita un plan. Cambia de nombre y se llamó Juan Aponte. Su primera labor fue de cantinero. Con su patrón hacen un pacto e inmediatamente cambia de ocupación lo cual era poco lícita. Entonces entró Aponte resueltamente en el camino de una nueva vida, llena de azar, de riesgo, de rudeza, de desafío, de arrojo y de suerte. Era el contrabando de aguardiente. Organizó y manejo militarmente una banda de seis mozos, buscados y escogidos por él entre los licenciados del ejército que tanto abundan en las serranías. Un día su patrón le advierte que corría peligro y que tenga cuidado pues uno de los empleados de la recaudadora se la había jurado.
IV.
Una tarde una tempestad cogió a Aponte. Estaba lleno de rabia, descargó el aguardiente. Medita y piensa sobre la amenaza del empleado de la recaudadora. Con Ishaco su ayudante hacen un pago al jirca con estas palabras: “Jirca-yayag, te masco coca, te endulzo, hazme llegar bien a donde voy, has que la tempestad recoja su agua y cuando salga de aquí que los vigilantes no me encuentren ni me vean”. Y estaba en esta operación, abstraído completamente, cuando la voz de alarma de Ishaco le hizo levantar. El ayudante se lanzó al barranco en busca de salvación. Aponte no pudo hacer lo mismo. Después de sonar varios disparos, caía de espaldas murmurando: -¡Jirca no me ha perdonado! ¡Por eso estaba mi coca bien amarga!
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