El Caso Julio Zimens Resumen Corto
Entre los numerosos casos, usted como juez, doctor, ¿cuál ha sido el más interesante? Interrogó la señora. El caso Zimens respondí. Y la señora Linarez se arrellanó (acomodó) en el sofá en actitud de reposo, mientras yo comenzaba a relatar mi caso en esta forma:
- Usted conoció a Julio Zimens: Un hombre alto, fornido, esbelto, hermoso, viril, cabellos ensortijados, ojos azules. Un Apolo germano, que escandalizaba con su belleza.
- La señora Linarez se sonrojó. Indudablemente que lo era. Pero ha exagerado usted un poco.
- Exageración o no lo de los ojos de Julio Zimens lo cierto es que este hombre logró conmover a todo Huánuco. Zimens era un extravagante, se mostró indiferente a las acechanzas y tentaciones femeninas. Fue un tranquilo, un honesto, un impasible. ¿Qué es lo que había pasado en la vida de este hombre? Se había casado de repente allá lejos, en la montaña, entre las cuatro chozas de una aldea perdida. Todos se apresuraron a averiguar por la feliz mujer que había logrado quebrantar, la indiferencia del desdeñoso germano. Ella era ¡La Martina Pinquiray! Una india de pata al suelo, que a la primera intención, se dejó, quitar la manta por el gringo y lo siguió como una cabra.
- Y la señora Linarez soltó una carcajada tan burlona.
- La Pinquiray fue la india más hermosa, como el sol y digna de una estatua. Y era también mujer de talento. El talento de conquistar a un hombre con fama de inconquistable. Pero Zimens no fue feliz con su mujer, había una disparidad de puntos de vista tal que la felicidad se espantó del hogar desde el primer momento. La Pinquiray no tenía opinión de nada y Zimens tenía opinión de todo. Y en el gusto y las costumbres, el choque fue más franco todavía. En Zimens había un virtuoso científico. Era un admirador de la civilización incaica. Había encontrado en el gran imperio inca los mismos principios de solidaridad política que en el poderoso imperio germano. Obra de pueblo superior, de raza fuerte, de gobernadores sabios. Entonces que podría obtenerse del cruzamiento de dos razas viejas y superiores. Y de los seis hijos que tuvo el matrimonio, cuatro varones y dos mujeres, ninguno respondió a las expectativas, se arrojaron al charco de la vida montañesa. Aquello fue una vergüenza y tormento para Julio Zimens, y para desgracia descubrió en su faz (cara), la lividez de un tumor sospechoso, era el cáncer que lo consumía. Desde entonces todos huían de su lado, acabó por volverse misántropo (huía del trato humano), con su paraguas negro, su bastón amarillo y su vendaje verde que le cubría desde la ceja izquierda hasta el carrillo. Y así repudiado por todos, su vida se semejó al arrastramiento de un féretro ambulante. Y Zimens, cansado ya de verse echado cortésmente de los hoteles, fondas, de los figones (casa de poca categoría) La compasión pública cayó como un escupitajo sobre esa alma solitaria. Y llego el día que un gran pedazo de labio superior desapareció. Y allí en un tugurio, solo, abandonado, insomne comenzó a dudar de Dios. Lo repudió su mujer e hijos.
- ¿Y cómo sabe usted tanto doctor? Porque Zimens llegó a la puerta de mi despacho. Y me dijo:
- ¿Querría usted señor juez oírme unos quince minutos?
- Lo que usted guste señor mío. De que se trata,
- ¿Cree usted que un hombre de mi condición tiene derecho a matarse?
- Nunca hay derecho para hacer el mal
- Otra pregunta ¿Usted en mi condición se resignaría a seguir viviendo?
- La resignación es cuestión de temperamento señor,
- ¡Oh señor! Para mí es un supremo mal.
Y me explicó toda la historia de su vida, tal y como la he contado señora.
Murió Zimens, se había arrojado del puente de la Parroquia al Huallaga. Se comprobó el suicidio. Siempre es útil saber la verdad de una muerte. Y más útil todavía saber cómo mata la sociedad y cómo un hombre puede ser juez y reo al mismo tiempo.
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