El escritor se encuentra encadenado en un mundo cruel, tirano y dictatorial del cigarrillo, un vicio mortal. Léanlo en el resumen de: “Solo para Fumadores”, escrita por Julio Ramón Ribeyro.
Solo Para Fumadores Resumen Corto
Después de fumar mi primer cigarrillo. Me sentí tan mal que estaba vomitando toda la tarde, y me juré no repetir la experiencia. Cuando entré a la universidad seguía fumando. Cuando no tenía cigarrillos ni plata para comprarlos, se las robaba a mi hermano. También fumé cigarrillos Inca porque eran los más baratos. Un tío militar, me traía del cuartel, cigarrillos de tropa. No me costaban nada y se fumaban. No sé, si el tabaco es un vicio hereditario, mis tíos eran grandes fumadores. Mi tío paterno George, fumando, murió de cáncer al pulmón. Entretanto mis cuatro tíos maternos, vivieron esclavizados por el tabaco. El fumar se había ido ya enhebrando, con casi todas las ocupaciones de mi vida. Mi viaje en barco a Europa estuvo marcado por el cigarrillo, fumaba apoyado en la borda o en el bar. Era lindo lo reconozco. Los escritores por lo general han sido y son grandes fumadores. Pero es raro que no hayan escrito libros sobre el vicio del cigarrillo. Ya en París mis recursos fueron disminuyendo y no me quedó más remedio que contentarme con el ordinario tabaco francés. Ocurrió que un día no pude ya comprarme mis cigarrillos franceses, y tuve que cometer un acto civil: “vender mis libros”. Sentando en mi cama, encendí un pitillo, y quede mirando mi estante vacío. Mis libros se habían hecho literalmente humo. Después vi a un caballero elegante que encendía un cigarrillo en la calzada, me acerque le dije: ¿sería usted tan amable de invitarme un cigarrillo? El caballero, dio un paso atrás horrorizado y huyó. Yo lloré, silenciosamente, de rabia, de vergüenza, como una mujer cualquiera.
Luego trabajé como recolector de papel de periódico. Era el primer trabajo físico que realicé y uno de los más fatigosos. Me sirvió para pagar cotidianamente, hotel, comida y cigarrillos. Fueron los más éticos que fumé. Conocí a Panchito. Nos hicimos amigos. El me invitó los cigarrillos más largos que había conocido en mi vida, los Pall Mall. A partir de ese día Panchito, yo y los Pall Mall, formamos un trio inseparable. Yo no sabía verdaderamente quien era, y a que se dedicaba, ayudaba a todos era una especie de un mecenas. En el bar se agarró a golpes con un musulmán que intentó abusar de una mujer. Días más tarde Panchito desapareció, sin preaviso. Había sido capturado por la Interpol. Era un delincuente.
Viajé de país en país. Un día en Alemania pedí al fiado una cajetilla de cigarrillos, y la dueña entró en pánico. Pues en ese país, un tipo que pedía algo pagadero para mañana, no era más que un estafador, un delincuente o un desequilibrado dispuesto a asesinar llegado el caso. Me encontré en una situación terrible sin poder fumar y en consecuencia escribir. En muchas ocasiones traté de luchar contra mi dependencia del tabaco, pues su abuso me hacía mas daño. Hasta que me encontraba en Huamanga, como profesor de su universidad, soltero y ganando un buen sueldo, podía surtirme de la cantidad de cigarrillos Camel, que me daría la gana. Entonces un día reunido con mis colegas, en un café, repentinamente me sentí mal. Tenía mareos, dificultad para respirar, sentía punzadas en el corazón. Me di cuenta entonces que eso se debía al cigarrillo. Cogí mis cigarrillos Camel y los arrojé al terreno baldío. Después a la medianoche me desespere por no tener que fumar. Entonces divisé los cigarrillos arrojados y me lance hacia ellos saltando. ¡Allí estaba el paquete! Sentado entre las inmundicias, encendí un pitillo, levanté la cabeza y lancé la primera bocanada de humo hacia el cielo esplendido de Huamanga.
Nuevamente en París pude reunir una colección de sesenta ceniceros. Fumaba cigarrillos Marlboro, trabajaba en la Agencia France-Presse de noticias. Donde todos fumaban a cualquier hora del día o de la noche, redactando sus noticias. Cuando ya estaba casado, mi vieja úlcera estomacal estalló y fui llevado de emergencia. El doctor Dupont me cicatrizó la úlcera y me dio de alta con la recomendación expresa de no fumar más. Seguí fumando la ambulancia se había convertido en cierta forma en un medio normal de locomoción. ¿Qué tipo de recompensa, obtenía del cigarrillo, para haber sucumbido a su imperio y haberme convertido en un siervo rampante de sus caprichos? Se trataba sin duda de un vicio, acto repetitivo y pernicioso que produce placer. Podía decir en consecuencia que fumaba porque necesitaba de la nicotina, para sentirme anímicamente bien. Era el objeto en si el que me subyugaba, el cigarrillo su forma, tanto como su contenido. Podía llegar a la conclusión, de que fumar era un vicio, que me procuraba, a falta de placer sensorial, un sentimiento de calma y de bienestar difuso. Inventé mi propia teoría filosófica y absurda. Según Empédocles los cuatro elementos de la naturaleza son: el aire, el agua, la tierra y el fuego. Con los tres primeros el hombre tiene relación directa, menos con el fuego porque se quemaría, la única relación sería entonces el cigarrillo.
Dupont (el medico) había decretado, distracción, deportes y reposo, receta que mi mujer celosa guardiana de mi salud, se encargó de aplicar y controlar. Al mes me había recuperado. Pero en el fondo me sentía insatisfecho. No pude más y compré un paquete de Dunhill (cigarrillos), y la enterré en la arena. Seguía fumando. Hasta que fui víctima de una molestia que nunca había conocido: la comida se me quedaba atracada en la garganta, y no podía pasar un bocado. Me operaron. Me habían sacado parte del duodeno, casi todo el estómago, y buen pedazo del esófago. Me alimentaban por las venas. Las dos primeras semanas me las pasé sin poder levantarme de la cama. Reflexioné: ¿en dónde diablos había ido a parar? Vi deslumbrar la realidad. Ello no podía ser la clínica, sino la antesala de lo irreparable. A ese lugar enviaban a los desechados de la ciencia. Me estaba muriendo o más bien “dulcemente extinguiendo”, como decían las enfermeras. Al otro lado vi a unos obreros doblegados por el trabajo, cansados, corrían de un lado a otro, construyendo un nuevo pabellón de la clínica. Sus hombres eran aparentemente felices. Y lo eran por una razón. Porque ellos encarnan el mundo de los sanos, mientras que nosotros el mundo de los enfermos. Con muchas mentiras aumente de peso y logré que un galeno me diera de alta.
A la semana de salir de la clínica podía alimentarme moderadamente pero con apetito, al celebrar mi cuadragésimo aniversario, fumé mi primer cigarrillo, luego otro y otros. Enciendo otro cigarrillo y me digo que ya es hora de ponerle punto final a este relato. No soy moralista ni tampoco un desmoralizador, como a Flaubert le gustaba llamarse. Y ahora recuerdo: Flaubert, Gorki, Hemingway, eran fumadores. Entre escritores y fumadores hay un estrecho vínculo, como lo dije al comienzo. Veo además que no me queda sino un cigarrillo, de modo que digo adiós a mis lectores y me voy al pueblo en busca de un paquete de tabaco. 1987.
Solo Para Fumadores Mensaje
Mensaje: El vicio, un mal hábito que lleva a la destrucción.
Para finalizar amigos solamente agradecimientos por la atención. Hasta un próximo resumen.
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