Resumen Corto De La Obra El VieJo Y el Mar

Resumen De La Obra El Viejo Y El Mar

“La experiencia un arma fundamental para derrotar todo tipo de adversidades”, léanlo amigos en el presente resumen corto de la obra: “El viejo y el mar”, del famoso escritor Ernest Hemingway.

resumen corto de la obra el vieJo y el mar

Breve Resumen De La Obra El Viejo Y El Mar

Flaco y desgarbado con arrugas y manchas en la piel así era el viejo, Santiago era su nombre, pero aún conservaba la vista como la de un joven, llevaba ochenta y cuatro días que no pescaba un pez tenía como amigo inseparable a un muchacho, al cual sus padres le habían prohibido pescar con Él. Después de brindarle una cerveza, y compartir las anécdotas de tiempos anteriores, el muchacho cuyo nombre es Manolín se compromete a traerle dos cebos frescos para la pesca, entre conversatorios de beisbol mezclado con lo de la pesca, anécdotas incomparables pues el viejo amaba el beisbol tanto como amaba la pesca.

Zarpa en la madrugada con la ilusión de traer un pez grande, rema firme y seguro a veces conversando con el bote y observando las múltiples situaciones que ocurren en el mar ya con los peces ya con las aves, echa los sedales con el sebo, como el mismo sabe hacerlos verticalmente ningún pescador lo hacía, veía desplegarse a los peces voladores, a las aves, y con la ilusión completa de atrapar un gran pez se adentra poco a poco “a la mar” era así como él lo llamaba.

Comenta el viejo: “hoy hace ochenta y cinco días” y después de pescar un bonito siente que un sedal se mueve y dada su experiencia dice: “debe de ser enorme”, en el tira y afloje de los sedales el pez se aleja y el viejo siente que lo ha perdido pero vuelve, y pensó: “ojalá estuviera aquí el muchacho”, después de cuatro horas el pez jala el bote hacia adelante, bebe un poco de agua, el sedal lo tenía por sobre la espalda se había alejado mucho, pues al ver hacia atrás ya no divisaba tierra alguna a la vista, un sinfín de ideas merodeaban su mente, pensó en las grandes ligas de beisbol, pensó en el muchacho, “ojalá estuviera aquí” dijo, “nadie debiera estar solo en su vejez-pensó- pero es inevitable.

Acomodó los sedales de modo que les sirviera de reserva para cualquier eventualidad, se hizo oscuro y en voz alta dijo: me gustaría que el muchacho estuviera aquí, nuevamente y se respondió: “pero el muchacho no está contigo”, no cuentas más que contigo mismo pensó, una vez que el pez dio un tirón se fue de bruces contra el bote y le causó una herida bajo el ojo, luego oscureció, se aferró  a la madera del bote de modo que le diera calor, ya en la amanecida manejo la tensión del sedal y pensó: “ojala subiera”, poco después pasó un pajarito volando se posó sobre el bote el viejo habló con él, de pronto el pez dio una súbita sacudida el viejo cayó sobre la proa, sangró su mano derecha, pero lo metió en el agua para que se aliviara, alcanzó el bonito para que se lo comiera, pues tenía hambre arrancó tiras de él en número de seis y se las comió, su mano izquierda tenía calambre, “detesto el calambre, pensó. Es una traición del propio cuerpo”, de pronto apareció el pez subió a la superficie para luego volver a las profundidades del mar, el viejo lo vio era de color púrpura oscuro la cabeza y el lomo, los costados eran color azul rojizo, su espada era larga como un palo de beisbol – es dos  pies más largo que el bote- pensó el viejo, no soy tan religioso –dijo- pero rezaría diez padrenuestros y avemarías por pescar éste pez, el sol y los continuos movimientos habían librado completamente la mano izquierda del calambre que sufría, empezó a pensar en el beisbol, en el grande Di Maggio, su padre también fue pescador y de los grandes dijo, entonces se recordó que antaño había pulseado con el gran negro llamado “Cienfuegos”, era una competencia a muerte estuvieron un día y una noche tranzados ambos con la mano derecha, pero al final el viejo obtuvo la victoria por eso en ese entonces le pusieron el nombre de: SANTIAGO EL  CAMPEON, no quiso jugar más porque no quería perjudicar su mano derecha pues era para la pesca.

Posteriormente pesca un dorado, para luego amarrar los dos remos al bote con la finalidad de que el gran pez no muestre resistencia durante la noche que se avecina, ya había dolor en su espalda por haberse puesto repetida veces el sedal por sobre él, pensó: “pero después de todo nada es fácil”,  se da cuenta que no ha dormido y que eso es peligroso para ello amarra los dos remos en forma de remolque y procede a descansar, de repente el pez comienza a jalar el sedal y ¡aparece! Repetidamente  más de una docena de veces, el viejo, examinó sus dos manos y vio que su mano derecha estaba mejorando y pensó: para  “un hombre el dolor no importa”, nota que se está debilitando, pero ello no puede suceder porque esta pronto de pescar al gran pez, siente mareos, del cual se rehabilita, observa que el pez de un momento a otro tendrá que aparecer y clavarle el arpón, gana sedal con la finalidad de que se acerque al bote cada vez más, ¡de un momento a otro aparece! y le clava el arpón justo al costado del pez, justo detrás de la gran aleta pectoral, ¡es mortal el golpe!, luego el pez cobró vida, con la muerte en la entraña.

Dado al gran tamaño del pez observa que es imposible subirlo al bote, para ello amarra muy bien por sobre la cabeza y alrededor de sus agallas y lo afianza fuertemente hacia el bote, está dispuesto a regresar pone la proa al sudoeste, y emprende el retorno, ¡un tiburón ataca al gran pez, el viejo con el arpón y ya falto de fuerzas clava el arpón en la cabeza del tiburón y lo mata!, entonces piensa que era preferible no haber pescado al pez, que era demasiado bonito para durar, ¡pero el hombre no está hecho para la derrota, un hombre puede ser destruido pero no derrotado¡-pensó-, ahora ya no tenía el arpón entonces amarró el cuchillo en el terminal de uno de los remos para que le sirviera de arma cuando se presentara algún otro tiburón o pez, el viejo sabía que se acercaban muy malos momentos, entonces en el azul de las aguas se avistaron varios tiburones de cabeza ancha comedores de carroña hambrientos, oliendo el aroma que el pez despedía, el viejo se armó con el remo que en la punta tenía su cuchillo, clavó justamente en la articulación del tiburón, después en ojos y lo mató, al otro tiburón lo acuchilló con las escasas fuerzas que tenía ya en el ojo, ya en la cabeza y luego le clavó el cuchillo entre las vértebras y el cerebro y el tiburón también llevándose las carne del gran pez murió en las profundidades.

Se detuvo y ahora no quiso mirar al pez, desangrando y mutilado solo pensó en las cosas que debió traer para defenderse de los tiburones y pensó: “debiste haber traído muchas cosas, pero no los has traído, viejo, ahora no es el momento de pensar en lo que no tienes. Piensa en lo  que puedes hacer con lo que hay”,  al siguiente tiburón que vino le clavó el cuchillo del remo en el cerebro y no quiso ver como moría, los siguientes tiburones en número de dos lo atacaron de madrugada al amanecer solamente con la pala rota que tenía en el bote los golpeó ya casi sin fuerzas en sus manos ensangrentadas y el cuerpo ya sin fuerzas se echó en el bote y siguió gobernando, ya de noche como a las diez vio el fulgor  de las luces de la ciudad,  los tiburones vinieron en manada y ya el viejo no pudo hacer nada los golpeaba con el palo en las cabezas luego arranco el timón y cansado ya no quería ver más y siguió gobernando su bote, llegó a la orilla y no había nada el viento soplaba suavemente, ordenó sus cosas y se los hecho al hombro en el camino descansó varias veces vio pasar a un gato y descansó al menos cinco veces antes de llegar a su cabaña, y cuando llegó tomo un trago de agua y se hecho a dormir siempre boca abajo sobre los periódicos, estaba dormido cuando el muchacho asomó a la puerta sobre la mañana, lo vio y lloró, los primeros pescadores median el largo del pez y uno de ellos dijo. “Tenía dieciocho pies de la nariz a la cola”, lo creó dijo el muchacho que en el camino no se cansaba de llorar, pidió un taza de café con azúcar para el viejo luego entró a la cabaña y le dio de tomar.

Ahora pescaremos conmigo dijo, el viejo contesto “no yo no tengo suerte”, ¡al diablo la suerte!, yo tengo la suerte dijo el muchacho, entonces el viejo le dijo, llevaremos una lanza de eso de los muelles de los carros bien afilada y sin temple para que no se rompa, habrá todavía brisa por lo menos unos tres días más acotó el muchacho, entonces reponte de tus heridas, le traeré comida y los periódicos, el muchacho se fue siempre llorando, arriba en la cabaña el viejo dormía nuevamente.

AUTOR: Ernest Hemingway.

Para finalizar amigos, mis agradecimientos por la atención prestada al presente, esperamos haber colmado sus expectativas.

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