El Misterio Del Niño De Azul
LA NOCHEBUENA de 1985 fuertes vientos helados azotaban la zona de las Grandes Praderas, en Estados Unidos. El frío creciente aceleraba los corazones de los bien arropados niños del pueblo de Chester, Nebraska, donde la gente, como la cristiandad entera, celebraba el regalo de Dios a la humanidad de Jesucristo, su hijo único.
Cerca de las 10 de la mañana, Charles Kleveland emprendió el camino a Hebron, pueblo situado 15 kilómetros al norte de Chester. Tomó un camino apartado, con la esperanza de hallar uno de los preciados faisanes de collar de Nebraska. Kleveland conducía su camión lentamente por una trocha sin nombre, cruzando el vasto campo cubierto de escarcha; iba escudriñando los rastrojos de mazorcas de maíz.
«Un destello azuloso atrajo mi atención», cuenta Kleveland. «Detuve el camión, y retrocedí». Al distinguir una forma humana, sintió helársele el corazón. «Parecía un niño. Las crecidas hierbas del maizal me impedían ver con claridad, pero comprendí que, fuera lo que fuera, no tenía vida». Kleveland tomó su radio portátil y desde allí ordenó a su secretaria solicitar a Gary Young, alguacil del condado de Thayer, que se reuniera con él.
Unos 20 minutos después, el alguacil Young y Dan Werner, fiscal del condado, se presentaron en la trocha helada. El viento soplaba a 40° C. bajo cero cuando los tres hombres contemplaban la figura que yacía entre las altas hierbas, bajo una capa de nieve. El comisario se acercó al cadáver.
«Era el de un chiquillo; tenía los ojos cerrados, y sólo estaba envuelto en una frazada, de color azul celeste», relata Young. «La mano izquierda le descansaba sobre el pecho, como si el niño estuviera durmiendo. Yo me aferraba a la esperanza de que se tratara de una muñeca, pero luego vi que tenía vello en el dorso de la mano».
El niño, de unos nueve años de edad, estaba muerto. Allí mismo, a la orilla de aquel campo y en aquella amarga Nochebuena, las preguntas surgieron inmediatamente: ¿Será un niño de nuestro pueblo? ¿Quién lo mató? ¿Corre peligro nuestra gente?
LATEMPORADA navideña había llegado a Chester rodeada de tradición y familiaridad. La chiquillería escuchaba la historia del nacimiento de Jesucristo, sin dejar de pensar en los regalos que recibiría. También sus padres se esforzaban por concentrarse en el verdadero sentido de la Navidad, pero el espíritu Saqueaba. No obstante haber logrado una de las mejores cosechas de que se tuviera memoria, los granjeros habían obtenido un precio muy bajo a cambio de sus productos. Estaban preocupados por el futuro. Para colmo, la noticia del terrible hallazgo aumentaba la angustia general.
A los pocos minutos, la noticia ya había llegado a las aldeas vecinas y, después, trascendiendo los límites de Nebraska, se supo hasta en lowa y Kansas, y aun en Missouri y Wyoming. En esos días en que se celebraba el natalicio de un niño, un chiquillo desconocido había sido descubierto, abandonado bajo la nieve, sin vida.
Al difundirse la nueva, más detalles fueron revelándose. Quienes habían encontrado el cadáver sospechaban que el niño había muerto estrangulado. ¿De qué otro modo, entonces, podrían explicarse las oscuras marcas alrededor del cuello? Más terrible aún resultaba la noticia de que tenía la cara desgarrada. Durante las primeras horas siguientes al sombrío hallazgo, los vecinos de Chester pensaron que el chico era de su pueblo. Unos procuraron retener a sus hijos más cerca de sí. Otros revisaron las cerraduras de sus puertas, y unos más, incluso, se aseguraron de tener sus armas preparadas.
Ya avanzada la tarde, el alguacil Young comprobó que el niño no pertenecía a ninguna familia del lugar, lo cual, aunque una bendición, era desconcertante. Cuando el temor general comenzaba a disiparse, fue sustituido por el resentimiento y la indignación (en ciertos casos, una ira vengativa), lo cual dio pie a la creencia de que algún forastero había estado en el pueblo y cometido aquella atrocidad. La gente así no vivía en el condado de Thayer.
Al anochecer repicaron las campanas de los templos, rasgando el aire frío e invitando a los cristianos a los oficios navideños. Madres y padres abrazaban a sus hijos amorosa y protectoramente. Tensos, los fieles cantaban al unísono los tradicionales himnos.
En la Iglesia Metodista Unida, que en Chester congregaba el mayor número de feligreses, Jean Samuelson, la pastora, se esforzaba por calmar la turbación de sus feligreses. Allí estaban todos, celebrando el nacimiento de Jesucristo, cuando a las puertas de su pueblo se había descubierto el cadáver de un niño, abandonado y envuelto en un velo de misterio. Con ello, por alguna razón, Dios se estaba dirigiendo a ellos, comentaba la pastora, quien al despedirlos les dijo: «En alguna parte, en la eternidad de Dios, esto también tendrá un sentido».
EL DESDICHADO NIÑO a quien muchas personas llamaban ya Littie Boy Blue («Niño de Azul») había hallado sitio para su postrer descanso en el corazón del país. En efecto, Chester está situado a sólo 80 kilómetros del centro geográfico mismo de Estados Unidos. El cadáver fue descubierto a unos 1600 metros de la carretera 81, que corre desde México hasta Canadá, dividiendo, en dos el territorio estadounidense. Decenas de miles de automóviles y camiones circulan por ella, ya hacia el sur, ya hacia el norte; cualquiera de ellos podría haber llevado hasta allí al muchacho.
Optimistas, las autoridades esperaban resolver el caso en breve. El niño distaba mucho de ser un vagabundo sin hogar. Debidamente alimentado, mostraba buen desarrollo. El estado de sus huesos indicaba que tenía de nueve a diez años de edad. Pesaba 25 kilos, y medía 130 centímetros de estatura. Sus dientes estaban en excelentes condiciones; no tenían caries ni empastes. Sus cabellos eran de color castaño claro y su rostro lucía leves pecas. Se notaba que había sido un chico rodeado de cuidados y cariño. Sin duda, alguien, en algún lugar, lo andada buscando en ese momento con gran desesperación.
La policía estaba segura de que se trataba de un homicidio. Las autoridades pensaban que tan pronto como se supiera el nombre de la víctima, sería posible relacionarla con los individuos que la habían abandonado. Con esto, ya podrían efectuar un arresto.
Sin embargo, resultó que las oscuras marcas halladas en el cuello del chico se debían a quemaduras causadas por el frío; las lesiones del rostro eran obra de pequeños roedores del campo. Se tenía la certeza de que el niño ya estaba muerto cuando lo dejaron a un lado de la carretera. No se encontró señal de traumatismo o maltrato alguno. Pese a todos los exámenes practicados, no fue posible determinar la causa del deceso.
Otro enigma era el cadáver mismo, que aparecía tan limpio como si lo hubieran lavado. Tenía las uñas limpias y cuidadosamente recortadas. Limpios tenía también los cabellos, y cortados con esmero. No se encontró tierra en las plantas de los pies, de lo que se dedujo que lo habían acostado en la frazada después de su muerte, la cual, según calculaban los patólogos, había ocurrido el 22 de diciembre.
Con el tiempo, se estudiaron más de un millar de indicios obtenidos, incluyendo el examen dactiloscópico y la comparación de fichas dentales de niños desaparecidos. No se obtuvo ninguna pista orientadora.
Todo aquello fue acentuando el misterio. Tan escaso es el número de cadáveres de niños de la edad del Littie Boy Blue, cadáveres bien conservados y aun no identificados, que a los peritos se les dificulta mucho encontrar un solo caso similar. Para los especialistas médicos, resulta igualmente desconcertante, en circunstancias comparables, no poder precisar la causa de la muerte. El misterio del «Niño de azul» (su identidad, así como la causa de su fallecimiento), pasmaba a todos por su singularidad.
Entonces se generó una hipótesis triste, pero firme: ya que al parecer nadie había denunciado jamás la perdida de este niño, habrán sido sus propios padres o tutores quienes lo abandonaron en el campo. Para muchos vecinos de Chester, la ira cedió ante la confusión, y ésta se transformó en compasión.
La gente se preguntaba cómo era posible que el cadáver estuviera tan mal escondido. Ciertamente, una alcantarilla cercana lo habría mantenido oculto hasta la próxima primavera, cuando el deshielo lo descubriría, o quizá permanentemente. Acaso el «Nino de azul» había muerto de causas naturales, y fue colocado junto a la carretera para que alguien le diera sepultura.
TRES MESES después de la Navidad, las autoridades perdieron toda esperanza de identificar satisfactoriamente al «Nino de azul» de Chester. El fiscal del condado entrego el cadáver, para que lo sepultaran. Durante las investigaciones del caso, personas de todo el país habían enviado donativos para que al niño se le diera decoroso entierro.
Y sucedió que sus funerales coincidieron con la más misteriosa e importante de las celebraciones cristianas: la Pascua. Entonces surgió la idea de que, por alguna razón, sería apropiado llamar al niño Matthew (Mateo), que significa «Don de Dios»
Casi 450 personas atestaban la Iglesia Metodista Unida el 22 de marzo de 1986. La pastora Jean Samuelson leyó el Capítulo 25 del Evangelio según San Mateo. En este pasaje, el Señor alaba a los justos por haberle dado de comer cuando pasaba hambre; por haberle dado de beber cuando tenía sed; por haberlo alojado cuando era un forastero; y por darle vestido al verlo desnudo. El relato bíblico cuenta que, al responder la gente que no recuerda haber hecho todo aquello, Jesucristo replica:
«En verdad os digo que, cuantas veces lo hicisteis con uno de estos mis hermanos mas pequeños, conmigo lo hicisteis».
En seguida, Jean Samuelson explica a los allí congregados que aun hoy Jesucristo habla a la gente por boca de los hambrientos, de los enfermos, de los desamparados, de cuantos tienen sed y carecen de vestido. «Este niño era aquí un forastero, sin ropa para el invierno, y enfermo. Su imagen me obsesionaba. En mis oraciones, preguntaba: Señor, ¿por qué persistes en hablarme de este niño? ¿Por qué me siento culpable?
«El Señor me respondió: Este niño ha llegado a tu vida en otras formas y no le oíste ni le viste porque estabas demasiado ocupada tratando de probar que eres una persona digna de atención».
La pastora comento luego ante su grey: «Probablemente, quienes abandonaron a este niño en el camino fueron en un tiempo iguales a él: niños olvidados de una sociedad sorda aun al mensaje que Cristo trajo a este mundo egoísta. Quizá temieran a la ley. Tal vez estaban confundidos ellos mismos, o acaso, enfermos. Dios no nos pide que leamos su corazón. Lo que Dios nos pide es que examinemos nuestro propio corazón.
«La muerte y los funerales de este niño relacionan entre si las dos fechas más importantes del calendario cristiano, y esto debiera ser una señal especial dirigida a nosotros. Es tiempo ya de que muramos para lo que hasta aquí ha sido nuestra vida, y de que resucitemos a una existencia nueva: lo bastante generosa para incluir un hermanito o hermanita más, o un amigo más; alguien que no tenga a nadie que lo ame».
Jean Samuelson se refirió luego a la noche en que el chico fue abandonado: «Bien sé que corrieron lágrimas en ese punto del camino. El chico fue cuidadosamente colocado en el suelo, con la mano sobre el corazón. Fue como si alguien hubiera dicho: Lo lamento mucho, pequeño. Esto es todo lo que puedo hacer por ti. Descansa ahora, y ve a casa, con Dios».
A continuación, hablo de la ira y el rencor que habían prevalecido recién hallado el chico:
«Jesucristo nos dice: Atiende a tu propio corazón. Presta oído a tus propias palabras. Vigila tus propios actos. Una vez que hayan cambiado favorablemente, veras a tus semejantes con otros ojos; con nueva indulgencia. Apelo a ti ahora, desde la cabecera de un enfermo de cáncer: desde la celda de una prisión. Te miro con los ojos de un niño que padece hambre. Susurro tu nombre desde el cuerpo exánime de un chiquillo abandonado en pleno campo en la Nebraska rural».
La pastora recito entonces la oración que se ensena a millones de niños cristianos:
Ahora que a dormir voy en calma,
ruego a Dios que guarde mi alma.
Si muriera antes de despertar,
a Dios ruego mi alma llevar.
Amen.
El féretro, donado por una empresa funeraria de Kansas, fue trasladado al cementerio de Chester. El sepulturero, a su vez, no quiso aceptar ninguna remuneración. También la cripta había sido enviada, gratis, por una compañía de Kansas. En un lote cedido por un jubilado viudo y enfermo, el «Nino de Azul» fue sepultado en el oscuro suelo de Nebraska. Sobre la tumba se colocó una lápida de granito rojo, donativo de una empresa de Dakota del Sur y de la comunidad de Chester, con la siguiente inscripción:
Niño abandonado,
hallado cerca de Chester, Nebraska,
el 24 de diciembre de 1985.
Y a quien hemos llamado Matthew:
que significa «Don de Dios».
El pequeño siempre está presente en los pensamientos de Samuelson. «En todos nosotros brotó un gran amor por él», comenta, «y recibimos a cambio un gran poder, el cual nos trae una comprensión de nosotros mismos tan singular, que sólo puede provenir de Dios.
«La gente se sintió impulsada a examinar su propio corazón. Comprendió lo absurdo de juzgar al prójimo y hacerse infundadas conjeturas. El Señor permitió que este niño apareciera en nuestra comunidad para así poder conocernos mejor a nosotros mismos. Nos fue dado, no para estimularnos a condenar al prójimo, sino para ayudarnos a descubrir el sentido de nuestra propia existencia».