Cuentos De Navidad Para Reflexionar

Un Regalo Invaluable

TENIA YO SIETE AÑOS y debía resolver un problema. Se avecinaba el segundo domingo de Adviento, y nuevamente era necesario dar a cada miembro de la familia un regalo de Navidad.

Cuentos De Navidad Para Reflexionar

La que más me importaba era mi abuela. Amaba a sus nietos con un cariño travieso e incondicional, como sólo pueden hacerlo las personas sabias. Y nosotros le correspondíamos con un amor ilimitado.

Yo pensaba que un regalo especial debía ser algo que a ella le pareciera particularmente valioso. Tenía ya una idea: siempre la había visto hacer toda una ceremonia de su arreglo personal. Mi abuela se tomaba muchísimo trabajo para acicalarse; se vestía con todo esmero; se peinaba meticulosamente y, por último, abría un compartimiento de su cómoda, de donde sacaba con mucho cuidado un perfumero de cristal cortado. Dos pequeñisimas nubes de rocío del atomizador descendían en su cuello, y luego el frágil frasco volvía a desaparecer en la cómoda.

 ¡Sólo podía ser ese perfume! Entonces, cuando nadie me veía, abrí la cómoda de mi abuela, saqué cuidadosamente el frasco y, no sin mucho esfuerzo, descifré lo que decía la etiqueta.

Todo estaba planeado: incluso había llevado conmigo lápiz y papel para anotar el nombre, que me era completamente extraño. Lo único que recuerdo hoy es que se trataba de un nombre francés. Lo que si tengo muy fresco en la memoria es que entré, con el corazón desbocado, a una elegante perfumería del centro de la ciudad, que hace mucho dejó de existir. Intimidado por los relucientes paquetes, abrumado por las nubes de aroma de jazmín, rosa, almizcle y lavanda que llenaban la tienda. me abrí paso vacilantemente hasta el mostrador. Como es natural, la vendedora no pudo reprimir una sonrisa cuando el pequeñín que tenía frente a ella le pidió un perfume de lo más peculiar. Al fin y al cabo, yo no sabía cómo pronunciar correctamente el francés. Y desde luego, sudé tinta hasta que, desesperado, saqué del bolsillo de mi pantalón el arrugado papel donde estaba escrito el nombre de la fragancia, con la letra característica de un niño de segundo año de primaria.

ESE PEDAZO DE PAPEL ME SALVO. La vendedora volvió del estante con un paquete de color crema en la mano. Me miró con cierto aire de duda.

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—¿Estás seguro de que éste es el perfume que quieres? —preguntó.

Asentí valerosamente. Y entonces me dijo el precio. Tragué en seco, me puse colorado, tartamudeé que tendría que pensarlo mejor y salí del local, humillado y vencido, con las piernas tambaleantes.

Mi madre fue la primera en percatarse de que algo me pasaba. Al llegar a casa me había refugiado en mi cuarto, que compartía con mi hermano, dos años mayor » que yo.

Mamá se sentó en la cama, junto a mí, y me empezó a hacer preguntas pacientemente hasta que le confesé todo. No sé cómo se las arregló para disimular una sonrisa, pero, como haya sido, ya tenía una propuesta que hacerme.

—Creo que el regalo más valioso que podrías darle a tu abuela sería algo que tú mismo hicieras.

—Pero, ¿qué puede ser? —me apresuré a preguntar, al borde ya de la desesperación.

Luego de mucho pensar qué debía regalarle, mamá tuvo una gran idea:

¿por qué no confeccionarle una funda para su pluma fuente? Podía comprar el cuero, ya cortado, en el centro. Mis ahorros alcanzarían muy bien para eso. Y lo que faltara podría hacerlo yo mismo.

Aunque no del todo convencido, accedí al plan. En secreto, mi corazón todavía se aferraba a cierto frasco misterioso y brillante y al perfume que contenía. Fui al centro y compré la piel, el torzal y una aguja especial. Pero en realidad no tenía ganas de comenzar el trabajo.

Después de todo, me preguntaba, ¿qué era un pedazo de mísero cuero, cosido torpemente por un niño, frente al esplendor que irradiaba el perfumero?

En algún momento me senté por fin a la mesa de la cocina, saqué la bolsa de papel de estraza que contenía mis compras y empecé a cortar y coser industriosamente.

Mientras pasaba el torzal negro por los agujeros marcados en el cuero. mi gusto por el meticuloso trabajo empezó a crecer. Y al cabo de dos horas me sentía profundamente orgulloso de la bella funda azul turquesa que tenía ante mí. Me percaté, asombrado, de que me había olvidado por completo del reluciente perfumero durante toda la tarde.

Me sentí aún más orgulloso en Nochebuena. Cuando mi abuela abrió mi paquetito, los ojos le brillaron. Acarició la funda azul y de inmediato me preguntó, dos veces:

—¿De veras hiciste esto para mí, Oliver?

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Si, lo había hecho para ella. Especialmente para ella. Y, sorprendido, caí en la cuenta de que mi abuela, con su cabello gris y la espalda ligeramente encorvada, estaba tan complacida como una niña. Me tomó en sus brazos, me besó en las mejillas y me susurró «Gracias» al oído una y otra vez. Durante toda la velada tuvo en sus manos la funda.

Desde esa Nochebuena, mi funda azul ocupó invariablemente un lugar sobre su cómoda. No la ocultó detrás de la puerta de un armario ni en un cajón. Siempre que mi abuela se ponía los anteojos para escribir alguna cosa, se dirigía a la cómoda, tomaba mi funda y sacaba una pluma de ella. Y cuando alguien llegaba a visitarla, solía decir con gran orgullo:

«¡Esto me lo hizo mi nieto Oliver!»

Mi abuela no vivió para ver la siguiente Navidad. Su muerte me sumió en la primera desesperación genuina de mi vida. Aprendí que la pérdida de un ser querido se graba dolorosamente en el alma.

UNA NOCHE se me acercó mamá. Traía algo. Se trataba de la funda de cuero azul turquesa. Conversamos entonces largo rato sobre mi abuela. Había muerto tan repentinamente. Mi madre no intentó consolarme. Lo único que comentó es que yo había hecho muy feliz a mi abuela con aquel pequeño obsequio. En seguida me pidió que lo conservara.

Desde ese día, la funda azul turquesa me ha acompañado en todos los escritorios a los que me he sentado. Me recuerda gran parte de mi infancia: una elegante perfumería, una vendedora que se rió de mí, un frasco reluciente. Pero, sobre todo, me recuerda a mi abuela y su expresión de gusto. Y el hecho de que a los siete años tuve un problema con un regalo que deseaba hacer. No lo he vuelto a tener.

Mensaje De Reflexión

Mensaje – El mejor regalo es el que esta echo con mucho amor y esmero.

Bien amigos espero lo hayan disfrutado, mil gracias por la atención y que pasen una feliz navidad.

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